El autor de la formidable Carmilla es otro de los grandes de las letras irlandesas formado en el prestigioso Trinity College de Dublin. Nacido en 1814, este abogado de formación que posteriormente pasaría a dedicarse con pasión al periodismo fue un modelo literario para escritores posteriores de lo macabro y lo extraordinario como Bram Stoker –otro irlandés–, o Henry James. Este último confesó en alguna ocasión haber seguido con pasión los relatos de fantasmas de Le Fanu, especialmente durante las vacaciones que pasaba en una solitaria casa de campo junto a su familia… Pero esa es otra historia.
Le Fanu, irlandés de largas patillas y expresión desenfadada, no ha pasado a la historia como mereciera. Su caso es similar al de otros que, pese a su enorme trascendencia para las generaciones posteriores, no ha conseguido ver su nombre vinculado al de los más grandes de su época. Es, quizá, lo que tiene ser contemporáneo de muchos grandes, pero sobre todo, el cultivar un género considerado menor por los mojigatos y beatos de la literatura.
Los críticos alaban en él su capacidad para generar atmósferas y efectos estremecedores en sus relatos. Sus personajes suelen verse sorprendidos por lo extraordinario, que acecha siempre desde el principio, y que va cobrando fuerza según se acerca el final. Es el caso de Carmilla, y de otras.
En cuanto a la vampiresa, que Le Fanu construyó pensando en Madame Bathory, la famosa chupasangre sádica, introduce en la historia de la literatura algunos elementos interesantes. Es precursora de Drácula. A éste –a la novela de Stoker, se entiende–, le da, además del tema –que antes que él pocas veces había pasado al papel, el carácter erótico, sensual, propiamente victoriano, que es precisamente la clave de que el mito vampírico haya traspasado el siglo XIX y hoy, en pleno siglo XXI, siga gustando y, por lo tanto, estremeciendo.
Le Fanu es un maestro. Un maestro del terror.